Qué pasó con Yiya Murano tras su muerte: su familia reveló por qué fue sepultada bajo otra identidad

A 46 años de los crímenes que estremecieron al país y once desde su muerte, el nombre de Yiya Murano vuelve a dar de qué hablar. El reciente estreno de “Yiya”, la serie basada en su vida, reavivó el interés por la vida de la mujer que se ganó el apodo de “la envenenadora de Monserrat”.
En este contexto, un dato que en su momento pasó casi desapercibido volvió a aparecer en los medios: Yiya Murano no descansa bajo el nombre que la hizo célebre y temida.

Murano fue condenada por el asesinato de tres amigas a las que habría envenenado con masitas contaminadas, un caso que se transformó en uno de los episodios policiales más impactantes de la década del 70.
Durante años mantuvo una actitud desafiante y una llamativa inclinación hacia la exposición mediática. Su recordada visita al programa de Mirtha Legrand la mostró sonriente, segura de sí misma y dispuesta incluso a ironizar con su propia fama al mencionar la frase “a tomar un té”. Ese perfil público, lejos de disminuir, se consolidó con el paso del tiempo.
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Sin embargo, para su familia, el fenómeno que rodeó a Yiya siempre fue motivo de incomodidad. Con el correr de los años, y especialmente en su etapa final, buscaron tomar distancia del personaje que ella misma había construido.
Según reveló uno de sus familiares, poco antes de su muerte la mujer padecía un deterioro cognitivo avanzado. Una sobrina relató a Infobae que la situación era delicada y que habían decidido resguardar su intimidad: “No recuerda nada. Delira, y hemos resuelto que nadie más pueda verla”.
La última decisión sobre Yiya Murano
En línea con esa postura de protección, intentaron evitar que la noticia de su fallecimiento se hiciera pública y tomaron una decisión tajante respecto a su entierro: no utilizar el nombre por el que la conocía todo el país.
El propio hijo de Murano lo explicó con claridad: “Está enterrada como Mercedes Bolla”. Ese gesto buscó sacar su tumba del circuito de curiosos, visitantes morbosos o aficionados a las historias policiales que pudieran intentar localizar sus restos.

El vínculo de Yiya con su familia siempre fue complejo, pero en sus últimos años la distancia se volvió definitiva. Martín Murano, su hijo, llegó a afirmar que la desconocía como madre y manifestó su desacuerdo con la manera en que fue representada en la ficción televisiva. Según trascendió, ni siquiera fue notificado cuando su madre murió.
La figura de Murano, que siempre negó los crímenes y jamás aceptó las tres muertes por las que fue condenada, parece haber quedado atrapada entre dos realidades: por un lado, su insistente búsqueda de atención y reconocimiento, y por el otro, la necesidad de su familia de apartarla del mito oscuro que ella misma contribuyó a crear.
Actualmente, su tumba permanece en el anonimato, lejos del nombre que marcó una época y que aún despierta fascinación. En un país que recuerda con inquietud su historia, el silencio que rodea su descanso final revela una decisión familiar firme.













