El primer argentino en visitar todos los países del mundo: convivió con tribus, estuvo preso en Irak y sobrevivió a guerras

Nicolás Pasquali recorrió los 193 países reconocidos del mundo con el objetivo de convertirse en el primer argentino en lograr ese impresionante récord. Pero no se trató solo de sumar sellos en el pasaporte: durante ocho años y medio de viajes intensos, se metió de lleno en cada cultura, vivió experiencias extremas y se llevó anécdotas imborrables de cada rincón del planeta.
Pasquali, de 33 años, convivió con extraños y salió ileso de lugares donde la mayoría no se animaría ni a entrar. Esta es la historia de un asesor financiero que trabajó miles de horas para conseguir el sueño que tenía desde muy chiquito: convertir el planeta en su casa y las anécdotas en una forma de vida.

-¿Te tocó estar en un país mientras estaba en guerra? ¿Cómo viviste esa experiencia?
-Mirá, estuve en más de 20 países en guerra, y viví muchas situaciones tensas, pero hay una que me marcó especialmente. Fue en Nagorno-Karabaj, en plena guerra entre Armenia y Azerbaiyán. En un momento, se desató un tiroteo y tuvimos que desviarnos por una ruta alternativa, atravesando un lago. El agua llegaba hasta la mitad del coche.
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Íbamos en convoy con los militares, todos los vehículos juntos, avanzando en formación. Estábamos en una zona que Azerbaiyán había conquistado recientemente, y los armenios estaban replegándose. Lo que debía ser un viaje de una hora terminó siendo una travesía de nueve, con el temor constante de volver a quedar en medio del fuego cruzado. Fue una experiencia realmente intensa, de esas que no se olvidan más.

-Después de tantas situaciones límite en zonas de guerra... también te tocó vivir algo extremo en Medio Oriente: estuviste preso en Irak, ¿no?
-Sí, acusado de espionaje. Fue en un puesto de control entre provincias, que allá funcionan casi como fronteras entre países. Me detuvieron porque les pareció sospechoso que hubiera llegado hasta ahí solo, sin permisos. Me preguntaban cosas absurdas, como si venía en paracaídas. Al no cerrarles mi historia, me llevaron detenido.

Pasé dos días en una celda, justo para mi cumpleaños. La primera noche, para romper el hielo, terminamos viendo los penales repetidos de la final del Mundial con los soldados. El fútbol generó una especie de conexión inesperada, y gracias a eso, al tercer día me liberaron. Fue una experiencia intensa, pero incluso en esas situaciones, siempre hay lugar para lo humano.
-¿Te tocó participar en algún ritual o ceremonia tradicional que te haya marcado?
-Sí, en Burkina Faso, en África Occidental, visité una tribu que vive en armonía con cocodrilos. Me dijeron: “Tenemos un pacto con ellos: nosotros no los comemos y ellos no nos comen”. Al principio pensé que era un mito, pero me invitaron a acercarme, acariciarlos y hasta sacarme fotos. Y lo hice.

Eran cocodrilos salvajes, no domesticados, pero ahí estaban, tranquilos. Fue una experiencia completamente fuera de lo común, mística, casi ritual. Aunque no se lo recomiendo a cualquiera, a mí me marcó mucho.
-¿Cuál fue el país donde más miedo sentiste sin que necesariamente haya habido violencia?
-Uno de los momentos más duros fue en Guinea-Bissau, un archipiélago con muchas islas que no están bajo control del gobierno. Un pescador me ofreció llevarme a una “playa linda” y acepté. Cuando llegamos, no había nadie. Le pedí volver, pero me dijo que ya era tarde, que el mar era peligroso y que me pasaba a buscar al día siguiente.
Esa noche dormí en una carpa en una isla sin señal, sin luz, sin documentos ni control del Estado. Al otro día no apareció nadie. Pasaron los días y no podía comunicarme con la tribu porque no hablaban portugués. Pese a eso, me trataron bien, me dieron de comer, me enseñaron a cazar, a trepar árboles, a sobrevivir.

Estuve once días varado, sin contacto con el mundo. Lloré, sentí miedo, desesperación. Hasta que un día vi una lancha a lo lejos y me tiré al agua nadando, gritando, desesperado. Cuando llegué a tierra firme y me reencontré con lo básico —una ducha, un inodoro, una cama— lloré de emoción. Fue uno de los días más felices de mi vida.
-En Corea del Norte no estuviste varado, pero ¿la conexión con el mundo exterior era nula también?
-Fue una experiencia muy fuerte. Formé parte del primer grupo occidental en entrar después de cinco años. Éramos solo 12 personas. Todo el recorrido estuvo estrictamente controlado por el régimen: no podías moverte por tu cuenta ni hacer preguntas fuera de lugar.
La sensación es la de estar dentro de una burbuja, completamente desconectado del mundo: sin internet, sin libertad de expresión y con propaganda por todos lados. Las imágenes del líder están en cada rincón.

Lo más impactante fue ver a chicos de 8 o 10 años haciendo coreografías en teatros, cantando que Kim Jong-un vencerá, con misiles de fondo. Ese nivel de adoctrinamiento desde tan chicos, con símbolos bélicos, te deja una sensación muy dura. Es un país que invita a reflexionar profundamente sobre la libertad y lo que significa vivir controlado.
Redes sociales del entrevistado: Instagram @nicopasqualiok